jueves, 25 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

 
- i -

Al salir a la calle desde su céntrico apartamento en Viena, Klaus se dio cuenta que aquella mañana hacía aún más frío de lo que había hecho durante el resto de la semana. Se ajustó un poco más sus guantes y aceleró su paso prestando especial cuidado en no pisar ninguna capa de hielo. La parada de taxis apenas distaba cuatrocientos metros desde el portal del bloque de apartamentos donde residía con su mujer desde hacía más de siete años.

Klaus recordaba muy bien la ilusión que le había hecho a su mujer trasladarse a aquella zona residencial, una de las mejores de Viena. Nathalie quería para los hijos que algún día tendrían, el mejor lugar donde crecer y criarse felices y aquel barrio sin duda cumplía los requisitos con los que siempre ella había soñado.

Klaus recordaba también, ya confortablemente sentado en el taxi al que se había subido, cómo sin embargo los años fueron pasando y los hijos no llegaron. En un primer momento porque prefirieron posponerlo hasta que estuvieran más asentados en su nueva vida: él recién ascendido a Consejero Delegado de una importante empresa exportadora de componentes automovilísticos y ella con la plaza fija de médico especialista en neurocirugía en el hospital general de Viena, conseguida apenas unos meses antes de su mudanza. Y cuando después de casi cuatro años viviendo en su flamante apartamento se decidieron a intentarlo, surgida de la nada llegó aquella maldita enfermedad.

Cada vez que Klaus acudía al hospital donde su mujer antes trabajaba y ahora era una paciente más, intentaba recordar tantos y tantos momentos felices que juntos habían compartido en sus numerosas escapadas por el mundo: los viajes por África, sus vacaciones esquiando en EEUU y Argentina, aquel Fin de Año inolvidable en Sydney, los paseos sin descanso por las calles de Roma, su segundo aniversario en París en aquel maravilloso hotel con vistas a los Campos Elíseos... Era su forma de cargarse de energía positiva para tratar de liberarla después, una vez entrara en la habitación en la que ahora Nathalie permanecía ingresada de forma continua desde hacía casi un mes, cuando su estado de salud había empeorado de forma alarmante.

En aquel trayecto en taxi que duraba algo menos de veinte minutos Klaus no podía sin embargo dejar de hacerse las mismas preguntas que una y otra vez perturbaban su mente; preguntas que le mantenían en vela la mayoría de las noches: ¿por qué había caído sobre ellos aquella maldición?, ¿pudo ser él de algún modo con su ritmo frenético de vida el detonante de la misma?, ¿qué sería de su vida si Nathalie dejara de estar presente en ella?
A duras penas era capaz de contener las lágrimas y buscando alejar de su mente aquellos pensamientos revisaba su teléfono móvil en busca de algún mensaje que sirviera como excusa para volver a controlar sus emociones. "Sé fuerte Klaus", se repetía al mismo tiempo. "Ella no puede ver que flaqueas". Y entonces volvía su mente de nuevo, no sin esfuerzo, a sus momentos de felicidad juntos.

- ii -

José apuraba de forma apresurada el café de su desayuno. Nunca había sido de los que se pasara más de quince minutos sentado a la mesa para desayunar y ahora con menos razón. No tenía mucho tiempo que perder si quería ser de los primeros en la fila. María, su mujer, aún no se había despertado. Las últimas noches ninguno de los dos habían dormido demasiado bien porque su pequeño llevaba unos días con bastante catarro y por las noches se despertaba tosiendo prácticamente cada hora u hora y media a lo sumo. Jesús había sido por lo general un niño sano pero aquel estaba siendo un otoño especialmente frío para una ciudad costera como Gijón, además de extremadamente lluvioso, a lo que se añadía el hecho de que sus padres no pudieran permitirse ya encender en casa ningún radiador.

Desde que José había perdido su trabajo como ayudante en un taller de ebanistería las cosas no habían ido sino siempre a peor. Al principio entre lo que él cobraba por el desempleo y lo que María conseguía trabajando algunas horas limpiando en casas particulares y ayudando también en alguna de ellas como cocinera, pudieron seguir cumpliendo con la hipoteca y disponer del mínimo necesario para poder subsistir y que por supuesto a Jesús nunca le faltara nada.

Pero una vez agotado el desempleo la situación había ido degenerando de manera cada vez más rápida hasta llegar al punto de no poder seguir haciendo frente a la hipoteca y de que los alimentos más básicos comenzaran a resultar artículos de lujo imposibles de costear sin apenas ingresos. Ni José ni María tenían además familia a la que recurrir por lo que la única solución que encontraron fue la de acudir al párroco de la iglesia que se encontraba en su barrio. Al principio José se resistió a dar ese paso, ateo convencido como era y siempre sumamente crítico con la Iglesia Católica, pero fue María la que insistió y la que logró convencer a su marido para que se tragara su orgullo, haciéndole ver que de ello dependía no sólo su salud sino sobre todo la del pequeño Jesús, que a cada día que pasaba se mostraba más débil y con menos ganas de jugar de lo que siempre había sido habitual en él. Gracias a la generosidad de los feligreses de la parroquia y a la del propio párroco, su situación aun siendo grave como era, todavía no era del todo crítica. Aunque era evidente que esa situación no podría prolongarse durante mucho tiempo si no querían verse en cualquier momento con una orden de desahucio. José no quería ni pensar en eso y mantenía la esperanza a pesar del tiempo transcurrido de poder volver a encontrar un trabajo.

Miró su reloj y vio que eran ya las siete. A las siete y media quería estar en la fila de la parroquia antes ya de que llegara Don Jaime, el párroco. Dejó la taza vacía de café en el fregadero y al mirar por la ventana para ver el tiempo que hacía, comprobó que por fin parecía que iban a tener una tregua con el mal tiempo. ¡Ojalá aquello durara lo suficiente para ayudar a Jesús con su dichoso catarro!, pensó mientras se ponía la vieja chaqueta que María le había regalado el mismo día que entró a trabajar en la ebanistería: el día de su trigésimo cumpleaños. Cogió las llaves y después de cerrar la puerta sigilosamente, bajó a toda velocidad las escaleras hacia la calle. Afuera la ciudad comenzaba a despertar, aún bajo la oscuridad propia de un veinticuatro de diciembre a las siete de la mañana.


-iii-

Después de pagar al taxista añadiendo una generosa propina, Klaus descendió del vehículo justo delante de la puerta principal de acceso al Hospital General de Viena. Dentro, el bullicio de gente era como de costumbre enorme, pero por otra parte ese mismo ir y venir incesante de personas daba la sensación de estar regido por un orden establecido del que apenas emergía un sonido similar a un rumor grave y profundo, para nada desagradable a sus sentidos, quizás ya habituados a ese ambiente.

Por todas partes se podían ver adornos navideños y tal vez fuera ese clima de víspera de Nochebuena lo que hacía que en muchas de las miradas con la que se cruzara camino de los ascensores, se intuyera más un sentimiento de alegría que de tristeza, contrariamente a lo que solía encontrarse cada vez que acudía al hospital a visitar a Nathalie.

Cuando entró en la planta correspondiente a Hematología, donde permanecía ingresada su mujer en las habitaciones reservadas para aislamiento, se alarmó al escuchar el comentario de dos auxiliares o quizás enfermeras, a las que no conocía, al cruzarse con ellas en el pasillo. "Dudo que supere estas navidades. El Dr. Fritz ha dicho que sería casi un milagro que sobreviva una semana". El corazón de Klaus se aceleró como una bomba a punto de estallar y sintió deseos de detener a aquellas dos desconocidas para arrancarles de su boca la identidad de la persona sobre la que estaban cuchicheando de manera tan poco discreta. Pero fue mayor el ímpetu por averiguarlo por sí mismo, por lo que casi corriendo, se plantó delante de la zona de control de la planta y al ver entonces la sonrisa, cordial como siempre, en la cara de Anna la supervisora de planta, su corazón volvió a latir de forma casi, pero solo casi, normal.

 
- Buenos días Klaus. ¿Qué tal estás? Te noto algo cansado. No me extraña. Por lo que cuenta Nathalie siempre de ti, no paras en todo el día. ¿Has visto? Parece que vamos a tener una Nochebuena aún más fría que la del año pasado -le dijo Anna a modo de recibimiento y casi darle tiempo a intervenir-.
- ¡Hola Anna! -contestó Klaus medianamente repuesto del susto inicial-. ¿Ha pasado visita ya el Dr. Fritz?
- Está en ello Klaus. Creo que precisamente está ahora en la habitación de Nathalie ¿Quieres que pregunte si puedes pasar?
- Te lo agradecería.

 
Anna cogió entonces el teléfono y después de marcar un número saludó al otro lado del auricular:
- ¡Hola Monika! Está aquí Klaus, el marido de Nathalie. Pregúntale al Dr. Fritz si podría pasar a la habitación... -mientras esperaba respuesta guiñó complicemente un ojo a Klaus que la miraba ansioso por la respuesta-... ¡Ah, perfecto! Se lo digo ahora. ¡Gracias Monika! -colgó el teléfono y con una sonrisa aún mayor volvió de nuevo su mirada a Klaus-. Están a punto de acabar la visita pero puedes pasar igualmente y luego ya quedar con ella un rato. Aquí tienes la bata, la mascarilla y las calzas; lo de siempre, ya lo sabes más que de sobra.


Por desgracia era cierto: Klaus conocía sobradamente el protocolo para acceder a la habitación de aislamiento en la que Nathalie llevaba contando ese día, otros veintisiete ingresada. Lo había puesto en práctica todos y cada uno de esos veintisiete días de la misma forma que en las anteriores ocasiones en las que se mujer había estado ya ingresada de forma esporádica. En los últimos dos años y especialmente en el último, los ingresos habían ido sucediéndose cada vez con menor intervalo de tiempo entre ellos.

Se disponía a abrir la puerta de la habitación cuando ésta se abrió y encontrándose cara a cara con el Dr. Fritz. Éste le tomó del brazo y deteniéndole antes de que Klaus pudiera entrar, cerrando la puerta tras ellos. En su cara Klaus creyó intuir que las noticias que iba a darle no eran buenas. Y de nuevo el comentario que había escuchado a aquellas dos mujeres al llegar a la planta de Hematología volvió como un cuchillo a atravesar su corazón, provocándole una verdadera punzada de dolor en el pecho.


- ¿Qué ocurre doctor? -fue lo único que logró articular.
- Verás Klaus -comenzó el doctor sin variar un ápice aquella mirada que a Klaus le estaba matando por momentos-. Sabes que llevamos mucho tiempo con tratamientos con los que lo único que buscamos es mantener a Nathalie en la mejor de las condiciones posibles a la espera de que pudiera aparecer un donante para ella. Y lo cierto es que hasta la fecha habíamos logrado en mayor o menor medida nuestro propósito. Sin embargo...
-¿Sin embargo? -repitió casi de forma inconsciente Klaus buscando una respuesta lo más rápida posible para la angustia que a cada segundo crecía aún más en su interior.
- Perdona Klaus: seré directo -prosiguió el Dr Fritz al darse cuenta de lo inútil que resultaba dilatar por más tiempo lo que tenía que comunicarle-. Necesitamos un donante ya. El estado de Nathalie ha empeorado y no responde de igual forma a los tratamientos que veníamos suministrándole. De no disponer de un donante de forma inmediata me temo que luego aunque apareciese, el trasplante de médula sería ya inviable. Lo siento Klaus, pero o aparece un donante o no puedo garantizarte que... -de nuevo se detuvo para tomar aire y proseguir-... que pudiéramos mantener mucho más tiempo la posibilidad de poder curarla.

 
Aquellas palabras no por en el fondo esperadas, al oírlas ahora, dejaron de caer como una losa sobre Klaus quien a pesar de ello logró formular una pregunta que también llevaba mucho tiempo rondando su cabeza:
- Y en ese caso doctor, ¿cuánto tiempo podría seguir así como está ahora? Quiero decir, con este o otro tratamiento que pudiéramos probar.
- Verás Klaus: lamentablemente no existen a día de hoy otros tratamientos que pudieran darnos mejores resultados que el que ahora mismo le estamos suministrando. Y con este no sabría decirte la verdad. Nathalie es una mujer tremendamente fuerte por lo que es posible que pudiéramos estar hablando de uno o dos meses. Pero esto como sabes es todo muy variable. No puedo en ese sentido darte una respuesta concreta. Lo siento mucho, de veras. Lo sabes bien.


Klaus miró aún con más firmeza a los ojos del Dr. Fritz y pudo comprobar como éstos se humedecían. Klaus conocía el currículum del doctor, con más de veinte años dedicados en cuerpo y alma al tratamiento de todo de enfermedades oncohematólogicas, habiendo adquirido en dicha materia notoriedad y todo tipo de reconocimientos a nivel mundial. Por eso casi se sorprendió al ver cómo con todo esa experiencia a sus espaldas, para aquel excelente profesional, seguía resultando algo traumático y conmovedor el hecho de tener que decirle a un familiar que un ser querido tenía pocas por no decir ninguna, posibilidades de sobrevivir. Y es que si en todo ese tiempo no había aparecido un donante no había razón para esperar que fuera a aparecer ahora en el último momento.
 
- Gracias doctor por su sinceridad -le dijo Klaus con aplomo al tiempo que le tendía su mano para estrechársela-. ¿Se lo ha dicho también a ella?
- Sí Klaus. Ya sabes que Nathalie ha exigido siempre toda la información sobre su estado por dura que ésta fuese. Aun así le he querido dar alguna esperanza pero sin engañarla. Pero no debemos arrojar la toalla. Yo sé que ella no lo hará y que tú tampoco.
- Gracias doctor -repitió de nuevo antes de abrir la puerta y entrar en la habitación donde Nathalie, sentada sobre su cama, conversaba con Monika, la enfermera personal del Dr. Fritz, quien al ver entrar a Klaus, se despidió rápidamente de ambos dejándolos a solas.


 
-iv-
 
Al llegar a la fila formada a la puerta de la parroquia, José se encontró que por delante de él habría ya al menos treinta personas esperando, quién sabe desde hacía cuánto tiempo. Se estremeció entonces al pensar que tal vez no habría suficientes alimentos para todos. Y que casi con total seguridad de lo que podría ir olvidándose era de conseguir un juguete para Jesús. Sería la primera Navidad en la que eso ocurriera. José no quería ni pensar en la cara de desilusión que pondría Jesús al no encontrar ningún regalo bajo el modesto árbol que sus padres habían conseguido comprar, no sin mucho esfuerzo, hacía dos navidades, cuando las cosas no les iban tan mal. Jesús les llevaba hablando toda la semana de la cantidad de juguetes que sus compañeros de colegio habían pedido a Papá Noel. Pero inteligente como era para un niño de cinco años, Jesús sabía bien que en su casa no habría tantos regalos. Aun así, José no quería que su pequeño no tuviera siquiera un mísero paquete que abrir al despertar el Día de Navidad. Si no era en la parroquia ya vería dónde lo conseguiría. Un sudor frío le recorrió el cuerpo al pasar por su cabeza la opción de intentar robarlo a escondidas en alguna de esas enormes tiendas de chinos en las que entre tanta gente podría quizás meter en sus bolsillos aunque fuera sólo una caja de colores. ¡Con lo que le gusta pintar a Jesús! Se pasaban horas dibujando juntos. Y lo que más adoraba Jesús era cuando su padre le dibujaba cualquier monigote con capa y escudo en el pecho. “¡Un superhéroe!”, gritaba entonces emocionado Jesús. José no tenía ninguna duda del regalo que le compraría a su hijo si tuviera el dinero suficiente: un superhéroe. Pero un superhéroe nunca robaría le diría Jesús…
 
-¿Llevas mucho tiempo esperando? -le preguntó José a la mujer que ocupaba el último lugar cuando él se unió a la fila.
-No mucho -contestó ella con una sonrisa-. Poco más de media hora.
Se trataba de una mujer de mediana edad, bien vestida y aseada. José imaginó por un instante qué historia se escondería detrás de aquella mujer. Y si tal vez ella también tenía hijos a los que no poder comprar alimentar y mucho menos comprar regalos para Navidad. 
 
-¿Es la primera vez que vienes? -le preguntó volviéndose de nuevo hacia él-. No recuerdo haberte visto nunca antes y mira que yo ya llevo veces viniendo.
-Sí –mintió un tanto avergonzado José. Lo cierto es que con aquella ya eran al menos media docena de veces las que había hecho fila delante de la parroquia.
-No te preocupes. Ya verás cómo hay de sobra para todos. A fin de cuentas los que tenemos poco no necesitamos mucho. ¿No te parece?
José no respondió. Se limitó a esbozar una mueca que quiso ser una sonrisa y miró su reloj buscando en él un refugio para la vergüenza que era evidente que no conseguía disimular.

 
-v-
 
-¿Qué te ha dicho el Dr. Fritz? -le preguntó Nathalie apenas Klaus entró en la habitación.
-Seguro que lo mismo que a ti Nati: que no nos pasemos con el champagne estas navidades -bromeó a duras penas Klaus mientras sin retirar de su boca la mascarilla besaba delicadamente la cabeza de su mujer. Una cabeza donde ya hacía meses que no quedaba ni rastro de la melena rubia, con la que tantas veces él había jugueteado después de hacer el amor. 
-Ya, seguro que sí. ¿Te ha dicho algo también de no pasarnos con la comida?
A Klaus le consolaba el hecho de que su mujer conservara su mismo buen humor de siempre y por ello trataba de imitarla en su comportamiento positivo. Ese optimismo innato había sido sin duda una de las razones por las que ella había conseguido salir adelante cuando peor estaban las cosas. Un optimismo que ahora sin embargo parecía insuficiente para vencer al duro dictamen que acababan de recibir de boca del Dr. Fritz.
 
-¿Qué tal te ha ido esta mañana en la reunión? –preguntó Nathalie dando a entender que no quería hablar más por el momento del tema.
-¡Genial Nati! He logrado convencer al resto del Consejo de llevar adelante el proyecto -respondió realmente ilusionado Klaus, pues sabía lo importante que era para su mujer que aquel proyecto solidario saliera adelante.
-Me alegro por ti Klaus. Y por todos esos niños que gracias a él podrán ser un poco más felices.
-Yo también me alegro Nati, yo también me alegro –asintió Klaus al tiempo que no pudo contener más las lágrimas-. Yo también me alegro... –repitió cayendo ya derrumbado y sollozando sobre la cama de su mujer-. ¡No te rindas Nati!, ¡no te rindas Nati!...verás cómo salimos también de esta. Siempre lo hemos hecho.
-No me rindo Klaus. No te rindas tú tampoco –respondió Nathalie mientras acariciaba la cabeza de su marido hundida sobre su pecho.

 
-vi-
 
José volvía cabizbajo hacia su casa. En un par de bolsas llevaba algo de leche, un par de paquetes de galletas, dos kilos de pasta, uno de arroz y otro de garbanzos, medio litro de aceite, una bolsita de doscientos gramos de café molido y un paquete de revoltijo navideño. Pero no había conseguido ningún regalo para Jesús. Tendría que seguir pensando cómo lograr lo que fuera para que Jesús tuviera algo que abrir. Don Jaime le había hablado de la fe, de los milagros, pero si José nunca había creído en milagros ahora, en aquellas circunstancias, creía mucho menos. Y en cualquier caso el milagro tendría que darse mucha prisa en aparecer. Tal vez lo del chino después de todo fuera su única opción.
 
En eso estaba pensando mientras subía las escaleras del edificio de cuatro plantas donde vivían, cuando al llegar al descansillo del segundo piso, la puerta de su vecino de abajo se abrió. Su vecino Pedro era la única persona de aquel viejo edificio que conocía su precaria situación económica. Entre ellos se había ido forjando una gran amistad desde el primer día en que José y María llegaron a aquella comunidad sin conocer a nadie. Pedro era unos diez años mayor, los mismos que llevaba ahí viviendo cuando sus anteriores vecinos del piso de arriba (unos viejos engreídos insoportables como siempre los solía recordar) les vendieron su vivienda a aquellos recién llegados, para mudarse ellos a una zona mucho más moderna y cara. Tal era el grado de confianza y de generosidad de Pedro para con ellos, que entre otros detalles, desde que sabía que José había tenido que darse de baja del teléfono, le permitía siempre que lo necesitara, utilizar el suyo, y de hecho José era el número que daba para quien tuviera que ponerse en contacto con él, como en todas las ocasiones en las que acudía a una entrevista de trabajo. Desgraciadamente en ese sentido nunca le había servido de mucho. 
 
-¡Buenos días Jose!, veo que has madrugado -le saludó Pedro todavía en pijama.
José se sorprendió un poco porque tampoco era habitual que su buen amigo y vecino saliera a saludarle y menos vestido todavía en pijama.
-¡Menos mal que te he oído llegar! -continuó Pedro-. Han llamado para ti esta mañana a primera hora y me han dicho que era muy urgente que te pusieras en contacto con ellos. Me han dejado su número de teléfono. Es este.
José posó nervioso una de sus bolsas en el descansillo para coger el trozo de papel con el número que su vecino había apuntado. ¿Sería por fin alguna de aquellas empresas que siempre le prometían respuesta pero que nunca lo hacían? ¿Sería aquel el milagro que Don Jaime le había augurado?
-No conozco esa empresa Jose. ¿Tiene taller en Gijón? -le preguntó Pedro mientras le entregaba el papel-.  A ver si nos dan un alegría a todos.
 
Nada más ver el nombre apuntado junto al número a José le recorrió por todo el cuerpo un escalofrío. REDMO. 
-¡Rápido Pedro!, ¿me dejas por favor que les llame? -le preguntó José, aunque antes de recibir respuesta ya corría por el pasillo del apartamento de Pedro hacia donde éste tenía su fijo.
-Claro Jose, claro -le respondió Pedro saliendo tras de él lleno de curiosidad al ver la reacción de su amigo.

 
-vii-
 
Klaus regresaba de su oficina a casa en el BMW que le había regalado a Nathalie por su cuarenta cumpleaños mientras escuchaba un recopilatorio de Joe Cocker. En concreto sonaba una de sus canciones favoritas: With a little help of my friends. Sus amigos. Lo cierto es que desde que Nathalie había enfermado habían recibido numerosas muestras de apoyo, no sólo de sus familias, sino también por supuesto de sus amigos. Aun así en ocasiones Klaus se había sentido muy solo y sin nadie a quien confiar todos sus miedos. Puede que en cierto modo él hubiera sido culpable de esa soledad que en algunos momentos había buscado y provocado. Así, por una razón u otra, las llamadas que al inicio se repetían casi a diario pasaron luego a ser semanales, más tarde mensuales, para finalmente perder casi el contacto con muchos de sus amigos. Sobre la marcha, mientras se iban apagando los últimos acordes de la canción, decidió que esa tarde llamaría al menos a Peter y Christian, sus dos mejores amigos. Haría más de un mes que no sabía de de ellos más allá de las tonterías que se intercambiaban por whatsapp. Fue en ese preciso instante cuando se activó el manos libres del teléfono al entrar una llamada. Klaus se sobresaltó al leer iluminado en el panel de control de su BMW el nombre del hospital general. Apenas hacía media hora que se había despedido de Nathalie. Era imposible que le hubiera pasado algo.
 
-¿Sí?,¿hola? -respondió aun así agitado.
- ¿Klaus? Soy Anna. No te asustes pero tienes que volver inmediatamente al hospital. Tenemos un posible donante.
 
Klaus sin darse cuenta siquiera cortó la llamada. Frenó bruscamente provocando que el coche que iba detrás pegado a él tuviera que dar un volantazo para evitar una colisión. Su conductor al pasar a su lado, bajó la ventanilla y le gritó algo que Klaus ya no podía oír. En su mente sólo había lugar para una única palabra: donante. Comprobó que en dirección contraria no viniera ningún coche y a pesar de línea continua que separaba ambos sentidos dio un giro de ciento ochenta grados y pisó el acelerador a fondo, rumbo de nuevo al hospital.

 
- viii-
 
-¡María! -gritó José al entrar por la puerta-, ¡María!
-¿Qué ocurre José? Vas a despertar al niño con esas voces -le reprendió María mientras salía en bata de su habitación. Sin embargo al ver la cara de emoción de su marido supuso que algo muy importante había ocurrido.
-Siéntate María; no te imaginas de dónde me han llamado -le indicó José ofreciéndole una silla de la mesa de la cocina, al tiempo que él se sentaba en otra.
-¿De IKEA? -trató de adivinar de forma ilusa María, que sabía que José había realizado un par de entrevistas con ellos y que uno de sus sueños era el de poder trabajar para una gran empresa como aquella. En realidad a los dos les hubiese dado igual la empresa, basta que José pudiera finalmente volver a trabajar visto que a ella tampoco nadie la había vuelto a llamar.
-No María, no tiene nada que ver con trabajo pero es muchísimo mejor -respondió José dándose cuenta de la desilusión que sus primeras palabras habían causado en su mujer, pero también de cómo se habían abierto sus ojos al escuchar las últimas-. Me han llamado del Registro de Donantes, María. Hay un paciente en Austria me han dicho que necesita urgentemente un donante. ¡Y yo soy compatible con él María! ¡Compatible! ¿No es fantástico?
 
Si algo había enamorado a María de José desde el día en que se conocieron era su enorme generosidad y solidaridad para con los demás. Incluso en aquellos momentos tan complicados que atravesaban, José siempre encontraba un modo de hacer gala de ello. Por esa misma razón se había opuesto inicialmente acudir a la parroquia en busca de ayuda. José consideraba que por muy mal que les fueran las cosas y muy necesitados que estuvieran, había seguro gente que aún necesitaba más que ellos de aquella ayuda. Sólo cuando la salud de Jesús comenzó a deteriorarse José se decidió a hacer caso a su mujer y hablar con Don Jaime. Aquel altruismo era el que un día le había llevado primero a hacerse donante de sangre y después también de médula ósea. En su corazón albergaba la esperanza de que además de ayudar con su sangre, su médula algún día pudiera servir para que curar a una de esas personas enfermas, de alguna de aquellas terribles enfermedades de las que por fortuna tan solo había oído hablar. Y esa mañana su esperanza había recibido por fin respuesta. Por irracional que pudiera parecer, aquello significaba para José mucho más que lo que hubiera supuesto una llamada para volver a trabajar.
 
-¡Buenos días papi! -saludó Jesús entrando en ese momento bostezando en la cocina con su pijama de Superman puesto.
-¡Buenos días Superman! -le respondió su padre cogiéndole en brazos y levantándolo sobre su cabeza para que Jesús simulara como que volaba.
-¿Qué es ser compatible papá? -le preguntó Jesús de repente mientras mantenía sus puños cerrados con los brazos extendidos y el cuerpo rígido. Estaba claro que había escuchado el final de la noticia que su padre le acababa de dar a su madre.
-¿Has estado escuchando con tu súper oído, verdad Superman? -le dijo José mientras lo sentaba en otra silla.
-Sólo un poquito papi -se disculpó sonriendo Jesús. 
-Verás Jesús -comenzó a explicar María-: la sangre de tu papá tiene también superpoderes. Y gracias a ellos una persona que está muy malita podrá curarse.
-¿Y sin la sangre de papá se moriría mami? -preguntó Jesús con la naturalidad, inocencia y lógica que sólo un niño puede tener.
-Eso no lo sabemos cariño. Sólo sabemos que con la sangre de tu papá se podrá curar. Tu papá es un superhéroe como tú cielo.
-¡Sí! -gritó riendo Jesús-: ¡papi es Superman!, ¡papi es Superman!

 
-ix-
 
Klaus apenas podía todavía creer lo que le acababan de comunicar por teléfono. Dejó su coche mal aparcado en una zona reservada exclusivamente para personal médico y se dirigió corriendo hacia la entrada del hospital; una vez dentro no esperó a ningún ascensor subiendo de tres en tres las escaleras hasta la planta donde en el exterior de la misma le esperaba ya el Dr. Fritz con una carpeta bajo el brazo.
 
-Pasa, pasa, Klaus -le dijo conduciéndolo al interior-.
-¿Es cierto lo que me ha dicho Anna, Josef? -le preguntó Klaus utilizando como raramente hacía el nombre de pila del Dr. Fritz.
-Es cierto Klaus. Nos ha llegado el informe confirmando un posible donante en España. Nos faltan algunas pruebas pero nada parece indicar que pudiera tratarse de un error. Tenemos donante para Nathalie, Klaus.
-¿Se lo habéis dicho ya a ella también?
-Sí, espero que no te importe. Le he dicho como a ti que hay un posible donante y que si todo va bien la próxima semana podríamos empezar con el acondicionamiento para el trasplante. He sido muy optimista con ella, aunque sabes bien que ella es la primera que es optimista por naturaleza. Pero también le he dejado entrever que lo que nos queda por delante es un proceso muy duro y que entraña un alto riesgo para ella y que tampoco garantiza su curación, pero que ahora mismo es la mejor noticia que podríamos tener.
-Por supuesto doctor, sin duda. Después de tanto tiempo me parece casi un milagro.
-Un milagro navideño Klaus -añadió el Dr Fritz con una sonrisa que trasmitía la confianza que sentía en lo que le estaba diciendo.
-Sí, como en un Cuento de Navidad -respondió Klaus aún más convencido.
 
-x-
 
-¿Qué debes hacer ahora José?-le preguntó María mientras acababa de vestir a Jesús para llevarle al médico.
-Tengo que ir esta misma mañana al hospital para realizar una serie de pruebas para confirmar que no hay ningún impedimento para que la próxima semana pueda realizar ya la donación -respondió tranquilo José-.
-¿Es dolorosa? -preguntó algo inquieta María.
-¿La donación?: ¡para nada! Me duele más seguro cuando voy al dentista. Esto es tirarse en una camilla y poco más que sacarte algo de sangre. Antes me tendré que pinchar unas inyecciones que me darán, pero nada más.
-Estoy muy orgullosa de ti José. Lo que vas a hacer es algo maravilloso. El mejor regalo de Navidad que podrías darnos a nosotros y a esa persona que necesita tu ayuda.
-Gracias María -se limitó a contestar José. En las miradas de ambos se reflejaba toda la emoción que sentían en su interior por poder ser partícipes de algo tan extraordinario: salvar la vida a una persona desconocida, enferma, a miles de kilómetros.
-¿Qué has pedido mañana a Papá Noel, Jesús? -preguntó José entonces a su pequeño que les miraba con cara como si entendiera todo lo que estaban hablando.
-Había pedido un muñeco de un súper héroe pero ahora quiero un dibujo tuyo para enseñarlo a mis amigos. ¡Eres Superman! Tu sangre tiene superpoderes. 
José y María no pudieron evitar una carcajada al oír la ocurrencia de Jesús. Pero en el fondo conocían más que de sobra la inteligencia de su pequeño y que lo que decía era porque así lo creía de veras.
-Tendrás ambas cosas Jesús, te lo prometo -le dijo José acariciando su cabeza rizosa.
-Me basta sólo con tu dibujo papi -insistió Jesús casi a modo de protesta.

 
-xi-
 
Al abrir la puerta de la habitación Klaus se encontró a Nathalie bromeando con Monika, mientras ésta le cambiaba una bolsa de medicación en la bomba de infusión a la que estaba conectada.
-Ya has oído al Dr. Fritz, Monika: tengo que estar a tope para la semana que viene, así que dale al máximo a la máquina -le decía su mujer a la enfermera. Al verle entrar lo primero que hizo fue guiñarle un ojo, algo que siempre hacía cuando le tomaba el pelo a su marido y éste  se contrariaba al verse una vez más burlado-. ¡Hola cariño!, ¿te has acordado esta vez de comprarme el cepillo para el pelo?
Monika y ella rieron la una con la otra con aquella broma absurda mientras Klaus trataba aún de recuperar el aliento tras correr por el pasillo de la planta de hospitalización después de dejar al Dr. Fritz en su despacho.
-Os dejo solos -dijo Monika recogiendo unas gasas antes de salir de la habitación-. ¡Enhorabuena Klaus! -le dijo ya desde la puerta.
 
Klaus no esperó a que se cerrara la puerta para echarse llorando a los brazos Nathalie.
-¡Lo tenemos Nati!, ¡lo tenemos! -no podía dejar de repetir.
-Lo tenemos Klaus. Te había dicho que lo tendríamos. Te prometí que esta Navidad sería distinta y lo va a ser.
-Mañana a primera hora vengo con tu regalo para celebrarlo, Nati.
-¿Qué mejor regalo que éste Klaus? Te dije que era lo que había pedido y mira por dónde me ha llegado un día antes... De todos modos no hace falta que me lo traigas. Iré yo a recogerlo.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Klaus sorprendido.
-¿No te lo ha dicho el Dr. Fritz? Esta noche excepcionalmente me dejan escaparme contigo a casa. Eso sí, con la promesa de portarme bien, no coger frío, no beber más que una copita de champagne, máximo dos y estar de vuela mañana antes de las cinco de la tarde. Me están ahora poniendo la medicación para aguantar hasta entonces y me darán además unas pastillas para la noche. ¿Qué te parece? ¡Feliz Navidad Klaus!
-¡Feliz Navidad Nathalie! -respondió Klaus rompiendo de nuevo a llorar.

 
-xii-
 
Jesús se despertó muy pronto nervioso como estaba porque era Navidad aunque sabía que sus papás no tenían dinero para comprarle un regalo. Salió corriendo de su habitación y se fue hacia la de sus padres que aún dormían.
-¡Feliz Navidad papis! -gritó al entrar en el dormitorio.
 
María encendió la luz y alargó sus brazos invitándole a meterse en la cama con ellos.
-¡Feliz Navidad cielo!, ¿has mirado ya debajo del árbol?
-No mami, todavía no.
-Pues entonces habrá que levantarse todos para ir a mirar -dijo entonces José mientras se estiraba debajo de las sábanas.
 
En el salón, bajo el árbol apenas adornado con unas guirnaldas y unas cajitas de colores rojo y dorado, había un paquete envuelto con papel de regalo especialmente escogido por José para la ocasión. En él podían verse muchos de los superhéroes favoritos de Jesús. Había también un par de sobres: uno con el nombre de María y otro con el de Jesús.
 
Jesús preguntó con la mirada si aquel paquete era para él. Al ver que sus padres sonreían asintiendo se abalanzó sobre su regalo para luego detenerse y comenzar a abrirlo con todo el cuidado de no romper aquel papel tan especial para él. Lo utilizaría para forrar algún libro, pensó dentro de su cabecita. Una vez desenvuelto se encontró con una caja dentro de la cual a través de un plástico trasparente podía verse un muñeco vestido con capa y un brillante escudo en su pecho.
 
-¡Un superhéroe! -gritó Jesús emocionado-, ¡un superhéroe!; ¡mira mamá!: ¡un superhéroe!
 
José y María se miraron el uno al otro emocionados. Sólo la fortuna había querido que la misma tarde previa a Nochebuena, a María la hubieran llamado para ayudar a preparar la cena familiar en una casa a la que en tiempos solía ir como asistenta en la cocina y como limpiadora. Una indisposición a última hora de quien debía ir hizo que la llamaran de forma urgente por lo que le pagaron espléndidamente. Con aquellos cien euros llovidos del cielo había conseguido comprar el muñeco para Jesús al volver a casa y antes de que cerraran las tiendas. Todavía le sobró más que suficiente como para comprar algún capricho con el que sorprender a José para la comida del día de Navidad y dejar algo ahorrado para la semana de Fin de Año.
 
-¿Abrimos a la vez los sobres? -le sugirió María a José.
-¡Vale! -convino éste.
 
En los sobres ambos sabían de sobra lo que se iban a encontrar. Era algo que llevaban haciendo todas las navidades desde que se habían ido a vivir juntos. Cada uno escribía para el otro en una única frase el principal motivo por el que sentirse dichosos juntos en Navidad.
 
Se tomaron su tiempo para saborear cada una de las palabras escritas y después, leyeron sus frases:
-"Me siento dichosa porque cuanto más a prueba nos pone la vida, más fuertes demostramos ser, más fuerte es nuestro amor y más grande la bendición de poder vivirlo con el más hermoso de los regalos que nos ha dado la vida: nuestro hijo. Te quiero. María" -leyó primero José.
-"Me siento dichoso porque a pesar de no poder darte todo lo que merecerías, tú haces que cada día me sienta el hombre más importante del mundo y que eso mismo hagas creer a nuestro pequeño y porque jamás permitirás que renunciemos a nuestros sueños por imposibles que parezcan. Te quiero. José" -leyó inmediatamente después María.

Mientras Jesús jugaba con su muñeco fuera ya de la caja, María y José se besaron apasionadamente.
- ¡Feliz Navidad mi superhéroe! -dijo María
José supo bien el motivo por el que María se refería a él así. Habían pasado toda la noche hablando de ello y la emoción que ambos sentían por saber que gracias a José una persona desconocida y enferma podría estar celebrando también la Navidad con renovada ilusión, se había transformado en una alegría como la que hacía mucho tiempo no se respiraba en aquella casa. Sin duda su suerte, como la de aquella persona, también habría de cambiar. Lo sentían en su interior.
- ¡Tú sí que eres mi superheroína! ¡Feliz Navidad María! -respondió José.
Y de nuevo se fundieron en un interminable beso mientras muy lejos de allí, otra pareja hacía exactamente lo mismo.

1 comentario:

  1. Fili: Cuantos recuerdos, solo te diré que quien no pasó por esos trances, bien negativos o bien positivos, no lo puede comprender nada o casi nada, que tú, “Natalie” y tú, José como donante tengáis larga vida y felicidad, para disfrutarlo con vuestras familias y esas dos hermosas “Jesusas” que tenéis, al leerte no pude evitar que se humedeciesen 8º algo más) mis mejillas, pero así es la vida. Larga Felicidad.

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